Estuve unas horas -antes de la salida del vuelo- en el Corte Inglés devolviendo el lector de memoria, no me servía y atendiento a los consejos de muchos, volvió a manos del proveedor. Era tensionante porque se me terminaba (bastante rápido) el tiempo para el preembarque y según recomendaciones de la aerolínea debería estar ahí tres horas antes a la del vuelo. Esto no sucedería más de ahora en adelante.
Al final, a cualquier viaje en avión le tenés sumar seis horas más de preembarque, embarque, desembarque, más lo que te espere de viaje desde el aeropuerto hasta donde realmente querés ir. En esto pensaría mientras viajaba al centro de París.
Llegué con una hora de ventaja al final. Estuve esperando junto con un pasaje completo de AeroMexico que habían tenido 30 minutos de atraso, luego escucharía la voz por el micrófono indicando una nueva espera de 30 minutos para que finalmente, mientras abordaba se oyera la misma voz comentando el retraso indefinido. Mucha gente sin rumbo.
Mientras esperaba leí el libro turístico de París y anoté algunos lugares a los que ya quería ir. Algunos de ellos no serían parte de este viaje. París es bastante grande y más grande para quien no sepa francés. Por suerte, en el Metro de Madrid, aproveché y me compré un bocata (sandwich de pan francés) de jamón (jamón crudo) para apaciguar el apetito voraz -heredado en mi estancia madrileña-.
No entiendo porqué se hace cola para subir al avión (o para subir al colectivo que te lleva al avión). Si todos tenemos asientos numerados a esa altura ¿por qué?. Ojo, algunas personas sí entienden este concepto y siemplemente se sientan para luego relajarse, leer, comer, charlar y/o reflexionar (quizá reflexionan sobre esta misma situación).
Barajas está lleno de pistas o cintas transportadoras horizontales, para que no tengas que caminar, fué gracioso para mí en primeras instancias, porque estoy acostumbrado a que tal comodidad no exista. Luego vería lo mismo en los aeropuertos parisinos y en las últimas instancias me haría falta.
Al subir la escalera disfruté de algo que por mucho tiempo no sentiría, la brisa cálida de aquel verano interminable de Madrid. Qué placentero recuerdo, una tarde deliciosa, ahi dejaba una parte de mí que se quedaba contemplando. Fuí el último en subir por esa razón.
Como siempre en el transcurso del eurotrip, tuve suerte con el asiento, esta vez me tocó el de la puerta de emergencia, o sea, no había asiento delante mío. No era tampoco para tanto, porque el tiempo en el aire era menor a dos horas.
La atención en el vuelo fue espléndida, yo pensaba que no servirían nada y de golpe, trajeron una bandeja con dos croissant, uno de jamón y otro queso, galletitas dulces y saladas, queso untable, manteca. Ofrecían un opcional de vino creo que a un euro, a mi derecha, un acompañante lo precisó. Luego hubo otra ronda de bebidas y café. Con esa bandeja mi anhelo gourmet había desaparecido.
Al despejarse unas nubes ya se veía Francia, diferente a España en el color del cielo apagado. Sospechaba que el clima no sería lo mismo, más adelante confirmaría aquello con mi propia piel. Emocionante ver por primera vez el Sena, el río que atraviesa la ciudad, esta particularidad, realza la diferencia con Madrid, yo esperaba que al ser dos grandes capitales europeas tuvieran grandes similitudes.
El aeropuerto me pareció inmenso, quizá porque en todos los otros (Ezeiza y Barajas) despegué o aterrizé en la noche. Junto con mi 737-200 de Aerolíneas Argentinas aterrizaban un Air China, y un Aer Lingus irlandés en la misma terminal. Al descender por la manga, ya empezaba a sentirme perdido por desconocer el idioma. El ambiente en Charles de Gaulle era bastante frío y poco confortable.
En minutos se llenó todo el lugar con parte de la población de China y estaba yo en medio de todos sobresaliendo, por lo menos no tenia frío. Al rato, apareció el pasaje irlandés totalmente entonado, disfrazados (hasta con barbas falsas) de esos enanitos que cuidan la olla con el oro abajo del arcoiris. Esto y su conducta me llevaron a creer que filtraban alcohol en las toberas de aire acondicionado para la cabina de pasajeros en su avión. El personal francés los despachó inmediatamente. Al rato llegó un pasaje de Japón. Logré pasar la aduana.
El problema con este aeropuerto (y también con el otro de París) es que no tienen acceso o no están conectados ni con la red de subterráneos, ni con la red de trenes. No se porqué esto es así. Pero ponen a tu servicio un transporte colectivo desde el aeropuerto a tales lugares. Así que perdes más tiempo para llegar a donde querés, y luego peligrosamente perdés más tiempo para el preembarque, alguien inteligente se percata de esto -yo no lo haría-.
Abordé el tren a París, no tenía un lugar específico a donde quería ir pero había cuatro o cinco estaciones que pertenecían al centro. Elegí una mas o menos en el medio. En el viaje, unos irlandeses probaron que seguían siendo civilizados inclusive despues de aquella atmósfera etílica. Charlaron conmigo en inglés, no hablé mucho porque moría de frío, tal agonía se prolongaría por toda mi estancia parisina y algunos días en Granada.
Al subir las escaleras y caminar un poco por la estación, salí a la noche, vi las luces de París por primera vez.
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